Un mes después, la vida con los AirPods no tiene vuelta atrás. No son perfectos, tienen carencias y se pierden cosas respecto a los EarPods. Pero compensa.
Ya hemos pasado la barrera psicológica del primer mes con un nuevo producto. Hace más de treinta días comenzamos a utilizar los AirPods, y no ha hecho falta seguir pensando más tiempo sobre su viabilidad a largo plazo. Algunos productos del mercado gozan de una aceptación inicial rápida y casi unánime, pero tienen en común un alto nivel de desgaste de esa aceptación. Consiguen un interés por parte del consumidor muy rápido al que sigue un desinterés progresivo que termina con dicho producto en un cajón, con la batería descargada y cogiendo polvo. ¿Les suena eso con alguna pulsera cuantificadora? Son, quizás, el mejor ejemplo.
Con los AirPods podía ocurrir algo similar. Tienen algunas desventajas frente a los auriculares con cable, frente a los mismos EarPods, y solo el tiempo podría responder a la pregunta de si merecen lo suficientemente la pena sus ventajas como para compensar el agravio frente a los EarPods de siempre. Un mes después, no hay vuelta atrás: simplemente merecen la pena, no dejan la puerta abierta a una vuelta atrás. Una vez uno se ha acostumbrado a su uso, volver al cable se hace demasiado difícil.
Uno de las incomodidades habituales en los auriculares Bluetooth era el emparejamiento, tedioso y lento. Lo que hace distintos a los AirPods empieza ahí: los abres junto al iPhone, y están listos para funcionar. Fin. …