Apple ha planteado el nuevo iPhone para este año con una clara premisa: convertirse en el mejor iPhone que jamás han fabricado. Puede parecer un planteamiento de marketing, pero va mucho más allá: la competencia lleva años intentándolo y la compañía de Cupertino sigue siendo la referencia. No se trata de ir más rápido, sino de ver qué se puede hacer con esa velocidad extra. No es cuestión de mejorar la tecnología háptica, sino de integrarla dentro del uso diario. No es ser más que nadie, sino mejor que uno mismo.
El objetivo de crear el iPhone no era dar lugar una nueva familia de dispositivos, o el comienzo de una carrera de modelos a lo largo del tiempo. Steve Jobs quería presentar una idea, y quería que fuera una evolución constante. Era un concepto propio - incluso podría considerarse una apuesta personal - conseguir que todos llevásemos en el bolsillo un pequeño ordenador basado en la experiencia diferente que Apple tiene como distintivo. Era una combinación de muchas cosas, hardware y software, pero también de sensaciones, de aires de cambio y de pensar que las cosas se podían hacer de otra forma. Y mejor.
Evolucionar para ser mejor es más complicado de lo que parece. Lo sencillo es disfrazar este espíritu de mejora con características interesantes a primera vista, pero mal implementadas para el uso cotidiano. La idea de llamar la atención y de variar el concepto cada año, no entra en los planes de Apple. La sensación …