Con las novedades tecnológicas de consumo hay que llevar muchas veces cuidado. La potente maquinaria publicitaria de las grandes empresas intentan «vender» a los consumidores una necesidad. Y, a veces, ese sueño de estar a la última se ensombrece por la escasez de un atractivo consecuente. Sin apelar a la manida frase de «no es revolución, es evolución», pero perfectamente aplicable en este caso, Google ha renovado su ecosistema para dispositivos vestibles o «wearables», Android Wear 2.0, pero, sobre el papel, el futuro se queda aún a muchos pasos.
Pese a erigirse como la gran apuesta para conquistar las muñecas, el sistema operativo original que formó parte de algunos modelos de relojes inteligentes de firmas como LG, Huawei o Samsung ofreció detalles interesantes. Pero en esta batalla, como la de tantas otras, está perdida por los fabricantes que solo ponen el producto; quien pone la «inteligencia» a los productos gana la partida. Y Google (mejor deberíamos decir Alphabet) lo intentó.
Y pese a querer competir en igualdad de condiciones con Apple Watch no logró cautivar al gran público en lo que presupone que iba a ser la revolución portátil del momento. Según los datos de la firma de análisis de mercado IDC (datos de finales de 2016), el mercado encadenó dos trimestres de caídas de las ventas. Hasta septiembre se vendieron en todo el mundo tan sólo 9,4 millones de relojes inteligentes, datos preocupantes como para sacar pecho.
Sin embargo, y al igual que sucede en el …