En el corazón de las junglas del sudeste asiático, ocultos entre fronteras caóticas y regiones con escasa vigilancia, operan centros de ciberestafas que han emergido como uno de los sistemas más sofisticados y crueles de explotación humana del mundo.
Hablamos de instalaciones que no sólo generan miles de millones de dólares al año mediante fraudes digitales, sino que también esclavizan a decenas de miles de trabajadores bajo condiciones infrahumanas.
Promesas de mejores empleos se terminan convirtiendo en una pesadilla de violencia y coerción para muchos migrantes de otros países de la zona
El nuevo rostro del crimen organizado
El auge (que no el origen) de estos 'campos de ciber-esclavos' se remonta a la pandemia de COVID-19, cuando las restricciones fronterizas y el aumento de la vigilancia empujaron a las redes criminales chinas a diversificar sus operaciones, migrando del juego ilegal a las ciberestafas.
Concretamente, estas redes han perfeccionado la manipulación emocional y financiera para saquear los ahorros de miles de víctimas en todo el mundo recurriendo a la técnica conocida como 'matanza de cerdos'.
Según un informe del Instituto de Paz de Estados Unidos (USIP), en los últimos tres años, estas operaciones han generado más de 64.000 millones de dólares. En Camboya, estas actividades representan el 50% del PIB del país, con ingresos estimados en 12,5 mil millones de dólares anuales; de hecho, si estas redes criminales fueran un país, superarían a algunas naciones del sudeste asiático en términos de PIB.
Pero el verdadero costo de estas …