No es cuestión de suerte sino de atención. De esfuerzo para reducir el poder de las llamadas «noticias falsas», o como nos gusta decir ahora, «fake news». Suena más moderno, pero no deja de ser las andanadas de desinformación que se llevan practicando desde hace décadas cuando se aproximan los procesos electorales. Y, a tenor de los antecedentes, se espera un aumento de intentos de desestabilizar la jornada y de influir en el electorado. Las empresas tecnológicas como Facebook, Twitter o YouTube se han puesto manos a la obra para frenar los bulos, pero hay temor de cara al 28-A.
Es escenario actual de marcada polarización tampoco contribuye a una conversación higiénica y saludable. Los bulos, arraigados en las plataformas sociales más populares, se han convertido en un problema estructural de dimensión global. Los diferentes partidos políticos intentan sacar provecho de los medios digitales y de su capacidad de viralizar contenidos informativos rápidamente. «Las plataformas es donde se viralizan, pero no es donde se producen las 'fake news', ni los usuarios son los productores que más interfieren en el acceso a una información veraz y al debate democrático –digamos– limpio y no manipulado», apunta a este diario Simona Levy, de la plataforma activista de derechos digitales Xnet.
En opinión de esta experta, detrás de las «fake news» que han cambiado la historia reciente, como en sorprendente auge de Jair Bolsonaro (Brasil), Donald Trump (EE.UU.) o acontecimientos como el «Brexit» no hay personas, sino grandes inversiones. «El origen de los …