A lo largo de la historia de la humanidad han habido grandes conquistadores provenientes de diversas partes del mundo. Julio Cesar, Gengis Kan, Alejandro Magno o Napoleón Bonaparte, por mencionar algunos. En el caso de este último, destaca la leyenda de su visita a las pirámides de Egipto y como, al adentrarse en el templo de Amón, llevó consigo el llamado gran secreto.
Era el año de 1798 cuando Bonaparte arribó a las desérticas tierras egipcias. A su llegada, recordó aquella anécdota donde Magno se adentró en el templo y terminó por convencer a todos que el oráculo lo proclamó hijo de Amón. Evidentemente, Napoleón no podía quedarse atrás.
Tal como señala Peter Tompkins en Secretos de la Gran Pirámide, Napoleón aspiraba a emular a otros grandes estrategas militares que también buscaron una experiencia trascendental y transformadora en su viaje hacia el autoconocimiento.
Según cuenta la leyenda, durante su campaña en Egipto y Siria, Napoleón regresó a El Cairo para pasar una noche en el interior de la Gran Pirámide, y con ello, experimentar el último descanso de Keops. Tras recorrer los estrechos pasillos acompañado de sus hombres, llegó a la cámara del rey. Allí pasó la noche entera.
Siete horas después, el sol comenzó a bañar las tierras de Giza. Fue entonces cuando Napoleón emergió pálido y visiblemente alterado. Al ser interrogado por sus hombres sobre lo sucedido, simplemente respondió: "Aunque te lo dijera, no …