Es plausible el riesgo de Activision en abandonar el futuro de la guerra para retomar los conflictos clásicos de las primeras entregas de Call of Duty, una de las mayores franquicias de la industria del videojuego. La acción en la nueva entrega, «Call of Duty: WWII», se traslada a la Segunda Guerra Mundial, sus raíces y donde mejor funcionó a nivel historiográfico. Con esta decisión se aparca (temporalmente, se supone) a los exoesqueletos y jetpacks que han sido una constante en las últimas entregas para enfundarse subfusiles y discurrir por trincheras embarradas.
Sin grandes alharacas narrativas, el título se compone de once misiones definidas y distribuidas por batallas entre junio y octubre de 1944. Cuatro intensos meses de refriega en la que se acumularon muchas bajas, pero que el sudor y la sangre contribuyeron a contener el avance alemán. Un periodo históricamente decisivo en el que desequilibró la balanza en favor de los aliados porque hasta entonces dominaban el ejército nazi.
A lo largo de unas cinco o siete horas (dependiendo del nivel seleccionado) el jugador se pone en la piel de Ronald Daniels, asignado a la 1ª División de Infantería de EE.UU., que se pasea junto a sus compañeros por el Día D, el Desembarco de Normandía, donde ciento sesenta mil soldados aliados cruzaron el canal de la Mancha de Inglaterra a Francia. Aquellas playas del noroeste francés fueron el escenario de miles de bajas. Los alemanes, sabedores de los secretos del enclave, aprovecharon las circunstancias de la …