La creación artística se ha apoyado, por costumbre, en la inspiración y copia. Los videojuegos, desde un plano cultural, se han sumergido en una premisa básica: si algo funciona para qué cambiar. En los últimos tiempos uno de los géneros de mayor éxito, los llamados FPS -First Person Shooter-, aquellos en donde los jugadores observan el mundo a través de la perspectiva del personaje, han querido imaginar los conflictos bélicos que se presentan en las pantallas desde una visión futurista. Drones, armamento avanzado, Inteligencia Artificial, viajes espaciales.
Una de las sagas de mayor éxito, Call of Duty, que ya ha vendido más de 250 millones de copias desde su primer lanzamiento en 2003, es el paradigma de esa evolución. Las últimas cuatro entregas se han centrado, precisamente, en eso, en el futuro. El movimiento arriesgado de uno de sus principales rivales, Battlefield, cuyos responsables decidieron apostar por la Primera Guerra Mundial como escenario para mostrar los horrores del conflicto que cambió todas las guerras, salió airoso en la batalla. Y demostró, con ello, que hay un público de videojugadores que demandan un estilo bélico más tradicional en donde la observación y la estética mandan en la diversión. Ahora, nuevos rumores apuntan a que la próxima entrega de Call of Duty mandará a los jugadores a la Segunda Guerra Mundial, volviendo a sus raíces. Pero, a decir verdad, la personalidad que gozan los juegos de guerra convencional nunca se ha ido del todo. La combinación de espacio, balas y guerra …