Cuatro años después de su última película, el respetado director estadounidense Gore Verbinski vuelve a la carga con el estreno de su décimo largometraje, una excéntrica intriga psicológica no apta para propensos a sufrir paranoia ni, desde luego, para espectadores resabiados.Lo que a estas alturas de su carrera no se puede discutir es la gran potencia visual de la que Verbinski ha dado sobradas demostraciones en todos y cada uno de sus trabajos, incluso en la que se debe considerar su peor obra hasta la fecha, Mousehunt (1997), una tontorrona ópera prima que seguía con desgana la estela de exitosas borracheras de porrazos y catástrofes como las dos primeras entregas de Home Alone (Chris Columbus, 1990, 1992) o Baby’s Day Out (Patrick Read Johnson, 1994) y, sobre todo, el corazón de otras comedias cafres como la larga serie de cortos de The Three Stooges (VV. RR., 1922-1970) y Tom and Jerry (VV. RR., desde 1940): un olvidable encargo para meter el pie en Hollywood.
Habiéndolo metido ya, le sonrió a tramas de aventuras al menos ligeramente relacionadas con espíritu del western como la irregular The Mexican (2001), la virtuosa Rango (2011) y la simpática The Lone Ranger (2013), en la que sacó pecho con su habilidad para las coreografías de acción más insólitas como antes en la espléndida trilogía inicial de Pirates of the Caribbean (2003, 2006, 2007). Y en ocasiones se ha atrevido a incursionar en otros géneros, como con el magnífico terror de The Ring (2002), la encantadora …