La pandemia de Covid-19, el coronavirus de origen chino, ha demostrado una vez más que el planeta está interconectado. Es un castillo de naipes. Un engranaje deslocalizado en el que si se rompe un eslabón la cadena se fractura. Aunque en China ha empezado a remitir los contagios y la situación se ha estabilizado, importantes fábricas de aparatos electrónicos que se encuentran repartidos en el país todavía no han logrado volver a la normalidad. El problema es que, ahora, es en el resto del mundo donde los casos de infectados se han disparados, obligando a algunos países como España, Italia o Francia a confinar a su población.
El problema reside en que China es el principal proveedor de tecnología y componentes electrónicos. Sin un final feliz que se vislumbre a corto plazo, gran parte de la inversión puede ir destinada a cubrir pérdidas. Aquellas empresas solventes que tengan un colchón podrán aguantar el envite, pero el azote del coronavirus en el sector es todavía impredecible. El país asiático es, desde hace años, el mayor comprador de «smartphones», un negocio lucrativo para muchas empresas, entre ellas, algunas originarias en China que han aprovechado la coyuntura para ofrecer productos de bajo coste y altas prestaciones que han conquistado numerosos mercados.
Volver a arrancar motores no es fácil. Quedan muchas semanas por delante para hacer frente a los pedidos de las principales empresas del sector de la tecnología. Y, por ahora, se desconoce el impacto económico que va a suponer este escenario. …