La segunda película de Robert Eggers tras La bruja es otro ejercicio de estilo sobre el horror más extraño que los espectadores puedan imaginarse.
El aluvión de producciones cinematográficas que se nos viene encima a los espectadores del mundo entero en la actualidad, ya sean largometrajes o series televisivas, podría saturar fácilmente hasta al más pintado, aquel cinéfilo que presume de las mayores tragaderas; o incluso a los profesionales de la crítica especializada. De lo que no hay duda es que esta saturación produce un público resabiado, puñetero, difícil de sorprender con los giros de una trama elaborada o de asombrar con combinaciones imaginativas, agudas o perturbadoras. Por ello, hay que agradecerle al yanqui Robert Eggers que se dedique al séptimo arte: es de los pocos cineastas con la capacidad de ofrecernos algo de veras distinto, con ideas sugestivas, sobrecogedoras y fuera de lo común.
Robert Eggers insiste en el horror que acecha a unos personajes al borde del precipicio psicológico por el aislamiento y sus condiciones de vidaYa lo había logrado y mejor en su ópera prima, La bruja (2015), y ahora insiste en mostrarnos el horror que puede acechar a escasos personajes, al borde del precipicio psicológico por el aislamiento y la dureza de las condiciones en las que viven, y la degradación humana en un lugar apartado y tan hostil como es capaz el infierno de la naturaleza. En su nueva película, El faro (2019), también hay creencias irracionales que quizá no lo sean tanto en este universo paralelo …