Une más a la gente el odio que el amor. Eso se aprecia a la legua en las redes sociales, en donde no hay término medio. Se han generalizado las actitudes de estás conmigo o contra mí. Así de simple. La polarización en este entorno se ha llevado a tal extremo que la moderación es una desconocida dama para muchos usuarios. Y bajo este mundo que se ha cimentado entre dos tierras, profesionales de la «intoxicación» se sacan unos buenos cuartos a costa de lanzar mensajes incendiarios a través de perfiles falsos.
La revelación de que Josep María Bartomeu, en calidad de presidente del F. C. Barcelona, contrató a una empresa externa para favorecer su imagen en internet y atacar a sus enemigos deja patente que las llamadas «fake news» han dado el salto fuera del ámbito de la política. Como mercenarios de la desinformación, la agencia L3 Ventures y Nicestream dedicaron sus esfuerzos a intoxicar a los usuarios. El gerente de la empresa incluso ayudó al expresidente de Ecuador, Rafael Correa, y actuó en contra del independentismo catalán en 2015.
La mentira siempre ha tenido las patas muy cortas. A lo poco que se cometa un error alguien te pilla. Y en comunicación política eso te condena. La identidad digital conlleva tiempo y dedicación, pero en ocasiones se busca un atajo: atraer a una comunidad virtual con el único objetivo que propagar el desprestigio del contrario. Demasiado tentador para no hacerlo, aunque de dudosa ética.
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