Hoy en día un teléfono móvil sirve para muchas cosas. Es un miniordenador desde el que los usuarios pueden disfrutar de uno de los mejores pasatiempos, escuchar música. Pero antes de aquello hubo un principio. Fue un pequeño invento de la tecnología. Un reproductor de cintas de casete que permitía llevar a cuestas la música.
Rompió récords. Y le dio un gran baquetazo al vinilo, hoy recuperado para los melómanos. La historia detrás del Walkman es la historia de la inmersión cultural, de la capacidad de disfrutar de las canciones en la intimidad. Aunque existen controversias sobre la autoría de este dispositivo, fue Sony quien, en 1979, lanzó el TPS-L2. [Gráfico elaborado por Statista]
Los adolescentes y jóvenes de la época tuvieron a mano un «gadget» con encanto, que representaba su estatus. Su precio inicial era demasiado elevado. No todos los chiquillos se lo podían permitir. La sensación que causó define sin ambages la sociedad del momento. En cualquier caso, es un símbolo de los años ochenta, un verdadero icono, que allanó el camino a otros reproductores.
Su importancia es que podías escuchar tus discos preferidos (o la radio) desde cualquier sitio. Porque inauguró la era de la música portátil, revolucionó su consumo. Inspiró, además, a todo lo que vino después porque durante estos cuarenta años ha visto desfilar numerosos productos como la aparición del Discman (1984), la revolución del MP3 (1998). El propio Steve Jobs, cofundador de Apple, recogía aquel legado cuando creó el iPod (2001).
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