En 1917, la seguridad vial todavía era una idea en pañales. Las carreteras eran estrechas, sin señalización, y el automóvil era un invento joven que apenas comenzaba a transformar al mundo. En medio de ese caos rodante, una mujer a bordo de un Ford Modelo T tuvo una idea tan simple como brillante: pintar una línea blanca al centro del camino. Su nombre era June McCarroll y jamás imaginó que con un pincel en mano iniciaría una revolución en la forma en que manejamos.
Todo ocurrió una tarde de otoño en California. McCarroll, médica de profesión y una de las pocas mujeres doctoras del Valle de Coachella, se encontraba conduciendo cuando un camión de gran tamaño invadió su carril. No había líneas que delimitaran el camino. En segundos, debió elegir entre un choque frontal o lanzarse fuera del camino. Eligió lo segundo. Su coche quedó atrapado en la arena, pero su cabeza ya estaba ideando una solución: trazar una línea divisoria en medio de las calles para evitar accidentes como el suyo.
Presentó la propuesta ante autoridades locales. Nadie le hizo caso. La ignoraron. Entonces, ella actuó. Tomó una brocha, pintura blanca y, sin más apoyo que su convicción, se arrodilló sobre el pavimento de Indio Boulevard. Trazó a mano una línea de más de un kilómetro, de apenas cuatro pulgadas de ancho. Lo hizo sola, convencida de que los funcionarios cambiarían de opinión al ver cómo esa franja podía salvar vidas. …