Una vez leí que es imposible sacar una foto de la Luna. No porque técnicamente no se pueda, sino porque no es posible capturar la belleza subjetiva que vemos en nuestra cabeza, únicamente con un sensor. Cuando miramos la luna, vivimos en el momento también: el ambiente, los susurros, la proyección de su luz que nos rodea. Eso deberían ser las fotos. Eso deberían ser los instantes, y afortunadamente, hoy día tenemos en nuestros bolsillos dispositivos que nos permiten capturar más de cada momento. El resto, lo tenemos que poner cada uno de nosotros.
Cada generación de iPhone trae consigo no sólo una evolución técnica, sino también una forma distinta de mirar el mundo. No es lo mismo hacer una foto que capturar una escena. Con el tiempo, nos hemos acostumbrado a ver cómo las mejoras en óptica, procesamiento y sensores han ido perfeccionando eso que damos por hecho: la capacidad de nuestros teléfonos de congelar instantes. Pero cuando ponemos dos modelos frente a frente, algo curioso ocurre. Empiezan a hablar entre ellos. Y lo que dicen no siempre es tan evidente como los megapíxeles o los cuadros por segundo.
Estuve en Nueva York acompañando al equipo de Rossellimac en un viaje inolvidable. Entre conversaciones del mundo Apple, pude recorrer la ciudad con una nueva perspectiva sosteniendo un iPhone 16e y un iPhone 16 Pro. La ciudad, con sus luces, sombras y texturas, es el mejor laboratorio para esta comparación. Desde los neones de Times Square hasta el azul profundo …