Bajo el interesante título de The Surprising Creativity of Digital Evolution la gente de Improble Research –sí, los de los Premios Ig Nobel– ha recogido decenas de anécdotas e historias tan divertidas como reales sobre la «vida artificial» y los desvariados efectos de la evolución. Es el «más vale maña que fuerza» llevado al extremo.
Casi todas las anécdotas proceden del trabajo con simulaciones, entornos virtuales e inteligencia artificial. En muchos de esos sistemas la evolución juega un papel importante: los algoritmos e ideas más aptas sobreviven en siguientes generaciones. Pero cuando los programadores son flexibles, se dejan bugs o no definen con precisión los objetivos o tareas a resolver, pueden suceder cosas muy divertidas.
Los algoritmos evolutivos persiguen un objetivo (ej. «encontrar la salida de un laberinto») modificando ciertas técnicas (ej. «si no hay salida, volver y girar») en a base de ciclos de «evaluar, evolucionar, repetir». Normalmente consiguen en poco tiempo mejorar los sistemas para las tareas encomendadas. Ahora bien, si la evolución generalmente aleatoria hace algo inesperado (por ejemplo, que un ratón robótico «salte los muros del laberinto») se puede conseguir el objetivo aunque no de la forma en que espera el investigador. Es algo un poco mágico, «genial» y desconcertante – pero puede llegar a ser inquietante a la vez.
Entre los ejemplos que se mencionan en el trabajo están todos estos, a cual más curioso y divertido:
En organismos geométricos en los que se medía su «capacidad para desplazarse» según la distancia que eran capaces …