Las fotografias son tesoros y quizás hoy que estamos inundados de ellas no las valoramos lo suficiente. Cuando hace (demasiados) años sólo podíamos hacer poco más de 30 fotos por carrete, cada una era un pequeño milagro. Una mirada furtiva a un momento de nuestra vida, captada con esa belleza rara de la imperfección de lo analógico.

La fotografía digital aumentó las posibilidades que tenemos para capturar un momento, lo cual no quiere decir que lo capturemos mejor. Tener una cámara de la calidad del iPhone en el bolsillo en cada momento es de un valor incalculable - pero las infinitas posibilidades de la captura parece que diluyan incluso lo que sentimos al volver a asomarnos a ellas.

Aunque tengamos un hardware increible, posibilidades incontables y espacio casi inabarcable para guardar nuestras fotos, es posible que busquemos como punto diferenciador algo a lo que nos hemos acostumbrado. La perfecta realidad de la IA que procesa nuestra vida y la proyecta en el espejo mágico que todos llevamos en el bolsillo. Muchas veces es una herramienta fantastica para ayudarnos con tomas imposibles de obtener de otro modo (hace unos días os presentaba tres fantasticas apps de fotos pocos conocidas de la App Store). Pero hay días que buscamos la nostalgia de un cielo nublado, el grano en la poca luz, la inconsciencia de disparar sin pensarlo mucho y que nos importe más lo que encuadramos... a que se vea perfecto.

La belleza de lo imperfecto

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