Por Fernando Mateos para ThinkBig. El estudio de las estrellas lleva atrayendo a los seres humanos desde sus más remotos incios. El interés por el significado, origen y relación con la humanidad de los cuerpos celestes ha dado lugar a toda clase de disertaciones, mitos y creaciones artísticas que han copado parte de la cultura de los últimos milenios. No en vano, sigue siendo uno de los misterios más grandes por resolver.
De hecho, los primeros calendarios se atribuyen al Paleolítico Superior (40.000-10.000 a.C.) y consistían en secuencias de puntos tallados en huesos y rocas con clara alusión al comportamiento del Sol y la Luna. Miles de años después, Vincent Van Gogh seguía plasmando la belleza de los astros en pinturas tan memorables como Starry Night.
El avance de la civilización ha acarreado consecuencias nocivas para la contemplación del cielo en la noche. La alta contaminación lumínica impide que en la inmensa mayoría de las ciudades del mundo se antoje imposible observar la vía láctea. Es por ello que los amantes de las estrellas deban desplazarse cada verano a lugares más recónditos y alejados del bullicio para poder mirar hacia un cielo limpio y brillante. Montañas, playas y desiertos son los principales oasis de una observación cada vez más difícil de disfrutar.
A su vez, la ambición de la ciencia por lograr imágenes más nítidas del espacio exige infraestructuras de última tecnología. La labor de las telecos resulta aquí imprescindible, y su colaboración con las instituciones astronómicas supone la hoja de ruta para …