Si hay una razón por la que Sergei Eisenstein merece nuestro reconocimiento, esa es una de las obras de cine más importantes de todos los tiempos.
No es ningún secreto que el soviético Sergei Mijailovich Eisenstein sea uno de los cineastas más importantes en la historia de las innovaciones del cine: al abandonar honestamente su carrera estéril en el teatro y centrar sus esfuerzos en el séptimo arte, llegó a comprender que el montaje cinematográfico no debe consistir en juntar unas escenas con otras para contarle una historia atractiva a los espectadores, sino que es posible servirse del mismo para conducir las emociones que estos experimentan mientras ven una película. Después de las aportaciones del estadounidense Edwin S. Porter en Vida de un bombero americano y Asalto y robo de un tren (1903) y de su compatriota David Wark Griffith en El nacimiento de una nación (1915), fue Eisenstein con El acorazado Potemkin (1925) quien revolucionó la edición fílmica en este sentido, mucho antes de que el francés Jean-Luc Godard concibiese el entrecortado jump-cut en Al final de la escapada (1960).
Eisenstein comprendió que el montaje cinematográfico no debe consistir sólo en juntar unas escenas con otras, sino que sirve para conducir las emociones del espectadorEl Gobierno de la Unión Soviética le encargó a Eisenstein que realizase una película para rememorar en su vigésimo aniversario el levantamiento social de 1905 en la Rusia zarista, es decir, una obra de propaganda que terminó enfocándose solamente en el motín del acorazado Potemkin, si …