Desayuno a las 7:15, media hora de cotilleo para a las ocho comenzar a trabajar. Dos horas para apoyar en misiones en tierra. Almuerzo a las 11:45 y disparar ametralladoras contra japoneses a la una de la tarde. La comida a las 3:15 de la tarde y el resto del día para relajarse, mientras los mecánicos reparaban las aeronaves repletas de impactos de bala y fugas de aceite provocadas por la sobrecarga del motor de quien hace unas horas se dedicaba a esquivar fuego enemigo para no morir.
A veces, por la noche, una película. Si era una bélica que tratara de matar japoneses y nazis, mejor. El día termina, y todo comienza de nuevo.
La Fuerza Expedicionaria Mexicana bien podría ser un mito en México, uno de los que se ha escuchado a lo lejos y oído en conversaciones no muy claras. El Escuadrón 201 se les hacía llamar, pero ellos se autonombraron con un título bastante más dramático y peculiar: Las Águilas Aztecas.
El ataque que lo inició todo
Para que las Águilas Aztecas hicieran lo propio, el presidente Manuel Ávila Camacho tuvo que tomar una decisión imposible: o mantenerse al margen, o entrar a la guerra con un viejo, pero nada querido conocido.
Cuando se habla de la gran guerra o de la segunda guerra mundial, todas las anécdotas suelen verse lejanas en México. Los nazis, la invasión de Polonia y hasta la ocupación de Francia se suelen revisitar desde un cerco …