Usamos menos, pagamos más.
La adolescencia es el período de búsqueda de identidad por excelencia. No sabemos qué seremos exactamente cuando lleguemos a la edad adulta, y en esa búsqueda pasamos por modas efímeras, nos pegamos a una u otra tribu urbana según pegue el viento, y actuamos de forma camaleónica para intentar agradar al resto a cualquier precio. Sí, por supuesto que Los Simpson también hablaron de ello. La industria tecnológica no es ajena a estas etapas vitales. Las PDA eran los preadolescentes que años después pegarían el estirón e irían a la universidad para salir en forma de smartphones. Los wearables, especialmente los relojes inteligentes, están exactamente en esa etapa: ¿qué son? ¿Para qué sirven? ¿Qué rol cumplen? Y las apps empiezan a salir de la adolescencia.
Entendamos "las apps" como el software que llegó a través de una tienda dependiente de una plataforma o sistema operativo, de pago o gratuito, y que se puso al alcance del usuario de una forma más simple que nunca. Para llegar a la adolescencia hubo que pasar por la infancia. Y podemos entender la infancia de las apps como el funesto período entre 2008 y 2010, cuando era habitual ver aplicaciones poco más que irrisorias con un éxito algo más que desmesurado. Hablamos por ejemplo de las aplicaciones que hacían ruidos de pedos, o de los falsos detectores de mentiras, o ese tipo de iconos chillones y diseños atroces que poblaban las pantallas de muchos smartphones.
Empezando 2017, podemos dar esa etapa como más …