Aunque ahora lo damos por hecho gracias a sistemas como el GPS durante la mayor parte de nuestra historia como exploradores no dispusimos de una forma fiable de calcular la longitud de un lugar, cuán al este o al oeste de otro punto de referencia se encuentra.
Esto hacía que cualquier parecido de los mapas con la realidad fuera casi una casualidad, al menos en lo que se refiere a la posición de tierras lejanas, pues cualquier estimación de la distancia entre un punto de la costa de las Américas y la costa de Europa, por ejemplo, era tirando a poco fiable.
Pero era un problema mucho más serio en el mar, pues en ausencia de alguna referencia que les permitiera calcularlo la tripulación de un barco no tenía forma segura de saber si estaban más o menos cerca de la costa y tenían que fiarse de estimaciones hechas según la fuerza de los vientos reinantes y las corrientes, lo que costó muchas vidas a lo largo de la historia.
El 2 de noviembre de 1707 una flota de barcos de guerra británicos se aproximaba a Portsmouth, su destino. Pero tras doce días de mal tiempo la estimación de su posición resultó ser desastrosamente errónea. Creían estar unos kilómetros al oeste de Ouessant y listos para entrar en el canal de La Mancha pero en realidad resultaron estar al oeste de las islas Sorlingas, donde encallaron cuatro de los barcos mientras navegaban en direccion este, lo que provocó la muerte …