En la lareira el aire estaba enrarecido, cargado de humo y de respiraciones entrecortadas. El tenue brillo de una bombilla y el crepitar de las llamas iluminaban pobremente la estancia. Todos escuchábamos atentamente a don Atilano. Había sido maestro de escuela y, a pesar de sus ya ochenta años, tenía un especial encanto cuando contaba …
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