Si antes le tocó a la radio y luego a los periódicos, ahora es el turno de la televisión. En efecto, desde hace unos cinco años aproximadamente y debido a varios factores, la televisión tradicional y de cable vive momentos retadores, incluso de crisis. Este medio ya no goza del cuasi monopolio del entretenimiento que alguna vez tuvo. Su influencia ha mermado para bien en muchos sentidos; desde el democrático (ya no imponen condiciones –o tantas- en costos de publicidad) y hasta el creativo.
En México la industria televisiva no se salva. Conocidos son los recientes y profundos ajustes de personal y contenido realizados en las dos principales cadenas de televisión (Televisa y TV Azteca) y aun está por verse que tanto efecto tienen. La licitación de la cuarta cadena nacional de TV está en veremos por falta de interés. Y las perspectivas no son alentadoras. Hay jóvenes (y niños) que ni siquiera conocen los canales existentes de TV pues no les atrae. Sólo YouTube, Netflix y cosas por el estilo.
Los tiempos gloriosos de la TV son ya historia. Atrás quedó la pomposidad, grandilocuencia y magnanimidad de ser parte o estar vinculado a esta industria. A todos esos protagonistas de la TV (dueños, directivos, artistas, productores) se les veía como diosas y dioses. Una profesión aspiracional para millones de personas.
Pero hoy son terrenales. Son unos profesionistas más que luchan a muerte contra blogeros, editores, youtubers, influencers, “radiofoneros”, entre otros, por atraer la atención de los …