Llevamos años oyendo hablar sobre el «Internet de las cosas» o lo que es lo mismo, objetos conectados a la red. Y no estamos hablando de móviles u ordenadores, sino de objetos cotidianos que normalmente no transfieren información a la nube ni reciben otros datos.
Pero parecía que el salto a esta era de la hiperconectividad quedaba lejos y que los casos, hasta ahora, eran más anecdóticos que algo real. Era una especie de historia de «Pedro, que viene el lobo», que nunca llega. Pero, en realidad, está mucho más cerca de lo que pueda parecer, aunque el hecho que todos los dispositivos «hablen» entre sí y registren información de todo tipo no está exento de riesgos como posibles «hackeos» y robos de datos.
Los dispositivos conectados se enfrentan, sin embargo, a dos problemas tecnológicos, que se encuentran interconectados entre sí, nunca mejor dicho. El primero es la batería, cuya capacidad no ha avanzado en los últimos años. No tenemos más que verlo en nuestros teléfonos móviles, cuya carga es incapaz de aguantar más de un día de uso. El segundo es la conectividad y el continuo manejo de información.
La red 4G o incluso la futura 5G repercutirá también que cualquier dispositivo se consuma en cuestión de minutos. La solución será crear dispositivos mucho más simples, utilizando tecnología sencilla, más barata de producir, que no consuma excesivos recursos y que sea capaz de transmitir datos. De ahí que firmas como Intel o Qualcomm hayan pensado en componentes …