Yo era de los que no creía en la lucha libre. No es que la odiara, pero tampoco es que me ocasionara algo más que indiferencia. Así pasé cerca de 20 años hasta que, por un encargo escolar, me fue encomendada la "tarea" de asistir a la Arena México a ver un show completo.
Como adivinará quien ha asistido a un espectáculo así, dos horas después de entrar por las amplias puertas que guardan a la Arena al interior de la colonia Doctores, terminé yo ahí gritando con una bolsa de papitas en la mano, reclamando por una patada voladora más y el seco sonido del golpe que los luchadores dan con la mano a la indefensa lona.
¿De dónde es que venía mi aversión entonces? Luego de repensarlo, me di cuenta que tenía origen en mi asociación mental de la lucha libre, con lo que llamamos mal gusto.
No lo digo yo solamente, la Enciclopedia del Mal Gusto, realizada por Jane y Michael Stern le consideraban en dicho catálogo desde 1990, pero, ¿por qué privarse uno espectáculo tan hedonista como lo es un show de luces con hombres arrojando golpes en mallas de colores, cuando hay muchas mentes mucho más intelectuales que la de un servidor que no tienen reparo en apreciarle?
José Emilio Pacheco es un ejemplo innegable, y si bien le era bien sabida su afición por el deporte, él mismo no se guardaba la crítica a la teatralidad y el dramatismo de la …