Vicente tenía una simple tarea: subir ese fierro viejo a su camioneta.
No podría saber cuánto le darían por aquel armatoste olvidado en una bodega vieja del hospital, pero no podría ser poco considerando los cientos de kilos del aparato.
Pesaba tal, que en algún momento la lógica lo convenció de que precisaba desarmar aquello para subirlo a la camioneta. Las labores comenzaron: primero la mesa de operaciones, después los cabezales, y eventualmente un cilindro, que inmerso en lo más escondido de la máquina solo estorbaba para el cometido.
Determinado, Vicente lo manipuló y lo retiró. Jamás sabremos si a propósito o por accidente, también lo perforó. Ahí, cientos de gránulos de Cobalto-60 de un milímetro de tamaño huyeron al resto del hospital Centro Médico de Especialidades, a Ciudad Juárez, a medio país, provocando en el acto el accidente de radiación más grande registrado en México, y que desembocó en una nueva etapa de seguridad nuclear para México y de relación bilateral con Estados Unidos.
Vicente lo logró. En diciembre de 1983 subió el "fierro viejo" a su Datsun.
Las alarmas de Texas
Poco más de un mes después, un distraído conductor se perdió en las carreteras de Texas. Sin saber bien cómo sucedió, terminó enrevesado en carreteras muy lejos de su destino, y muy cerca de los rastreadores del Laboratorio Los Álamos. No era cualquier laboratorio. Equipado con una gran variedad de dosímetros, las alertas se dispararon el lunes 16 de enero de 1984, cuando un …