Disney es el ejemplo perfecto de cantidad antes que calidad. Entre remakes, secuelas o revivals, la compañía se ha esmerado en entregar continuaciones o historias ya conocidas al por mayor. Lo peor es cuando nos damos cuenta que ahora la ley del mínimo esfuerzo se propaga entre las decisiones creativas. La muestra es nada menos que Moana 2.
No es difícil suponer la razón de porqué se dio luz verde al proyecto: millones de dólares de ganancia. Sin embargo, entre una campaña de marketing descomunal y mercancía hasta para aventar, el resultado final es una película que más bien parece el compilado de pequeñas historias pegadas con cinta, que gracias al éxito de su antecesora vio la luz en pantalla grande.
Pero aquí viene un aspecto aún más grave: ni siquiera es la peor secuela de entre todas que ha sacado Disney. Resulta que este experimento con una trama entrecortada, un soundtrack sin impacto y un alma insípida sobresale entre lo realizado hace ya varios años. Si lo pensamos un poco a fondo, el filme hubiera sufrido del mismo destino de aquellas segundas partes que llegaron directamente al DVD.
Hoy en día, se hubiera estrenado de facto en la plataforma de streaming, y a lo mejor le hubiera ido medianamente bien en cuanto a números de audiencia. Pero si fuese estrenada a principios de la década de los 2000, tendría más pena que gloria al igual que Atlantis 2, Tierra de …