El éxito de compañías como Airbnb no solo reside en su tecnología, también en las ventajas que ofrece la regulación y el mercado.
Airbnb, Uber y otras compañías tecnológicas están irrumpiendo con fuerza en los mercados tradicionales por proponer al consumidor alternativas con mayor valor agregado a modelos de negocios asentados y maduros. Se suele presuponer que dicho valor añadido está estrechamente relacionado con la tecnología, con aportar una vuelta de tuerca que simplifique los proceso y optimice los costes, tanto para el consumidor como para la compañía.
Si bien es cierto que muchas de estas empresas han revolucionado sectores enteros gracias a que se han casado con un consumidor más joven y nativo de las nuevas tecnologías, también lo han hecho por llevar en su núcleo modelos de negocios más eficientes, menos rígidos y con unas estructuras de costes (sobre todo fijos) más flexibles. Lo que les ha permitido tirar los precios respecto a alternativas tradicionales.
La mayoría de los modelos de negocio de estas compañías, si quitamos su valor tecnológico y lo simplificamos a su mínima expresión, pone de relieve cómo han desplazado parte de sus procesos hacia el lado del consumidor (simplificando su estructura de costes) al mismo tiempo que se han liberado de cargar en sus balances ese activo característico de las tradicionales dejándolo a manos de terceros: Uber, que es un compañía de transporte, no tiene vehículos. Airbnb, que además de tecnológica es una compañía de alojamiento turístico, no tiene activos inmobiliarios en sus libros.
¿El resultado? Costes operativos …