Recuerdo perfectamente aquella noche, llovía a cántaros. No me importaba no llevar paraguas, sé perfectamente por qué se me olvidó: era el día que fui a recoger mi primer iPhone. El iPhone original. Era 2007, y fue hace tanto y tan poco a la vez, que me sorprendo acordándome de ello - como si la distancia se dilatara cuando te detienes a pensar en todo lo que ha cambiado el mundo desde entonces. Y nosotros.
En mi bolsillo, mi último móvil antes de la era iPhone - un Sony Ericsson- con el que escribí mi último mensaje en un teléfono con teclas físicas probablemente de toda mi vida. Click, click, click, click. "Voy a recogerlo ya, te llamo cuando esté volviendo". Click, click. El iPhone no se vendía aún en España y yo me preguntaba si aquellas personas del vagón estarían igual de nerviosas que yo ante el nuevo dispositivo. Hoy me doy cuenta que probablemente muy pocas sabían que Apple había lanzando un nuevo teléfono en aquel momento.
Cuando subí en el tren de vuelta, empapado - me daba igual - en mi mano tenía el iPhone. Mi tarjeta SIM ya instalada, previo jailbreak de la época. Me sentí desbordado. Tenía la sensación de que con aquella pequeña ventana de tres pulgadas y media me asomaba a algo tan diferente que daba cierto vértigo. Esa noche dormí poco, aquello de poder ver un vídeo en aquella "enorme" pantalla mientras estaba acostado en la cama me parecía casi ciencia ficción. …