La tecnología de reconocimiento facial se ha sacudido la etiqueta de «novedoso». Ha llegado a un punto de madurez y perfeccionamiento que, de manera sibilina, empieza a ser una de las principales alternativas para abandonar el dinero físico. Empieza a estar presente en comercios y espacios comerciales de todo tipo. La idea es simple, pagar por la cara. El sistema reconoce los patrones e información del rostro de una persona, unos datos únicos e difícil de reemplazar, para asociarlo a una forma de pago o cuenta bancaria.
Su mayor virtud es la comodidad para el usuario, aunque presenta importantes dudas acerca de la intromisión en la privacidad de los ciudadanos. Por su idiosincrasia y naturaleza, China ya es el principal banco de pruebas de esta tecnología, que empresas de todos los sectores han empezado a adoptar de manera masiva. Aunque con reticencias. Y riesgos. La inquietante evolución de la tecnología facial en el país se ha aplicado no solo para controlar a criminales, sino para monitorizar a los alumnos en las escuelas o vigilar a minorías étnicas.
Expertos y asociaciones de defensa de la privacidad temen que estos avances sirvan para tejer una red de vigilancia ciudadana en un país demasiado hermético y que el control de sus habitantes está más que asumido. Los consumidores chinos se han lanzado en tromba a registrar sus gepetos en estos nuevos mecanismos de pago que se basan en recopilar los datos biométricos procedentes de las cámaras de incluso máquinas expendedoras.
Pese a …