"Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía" — Anatole France.
Los estudios demuestran que los nuevos productos fracasan con una tasa de entre el 40% y el 90%, dependiendo de la categoría, y que el 47% de las empresas pioneras ha fracasado. Además, estas probabilidades se han mantenido razonablemente constantes en los últimos 25 años.
Podríamos pensar que esas tasas de fracaso se deben únicamente a las innovaciones fallidas, pero lo cierto es que es un porcentaje demasiado alto para ser todo meras malas ideas. Y, además, resulta difícil negar la avalancha de quejas que recibe cualquier agregado o característica nueva aún si viene de la mano de un producto que ya está funcionando o de una empresa que de momento no ha demostrado fallar.
Si necesitas ejemplos, tengo muchos. Lo más fresco en el imaginario colectivo serán los Estados de WhatsApp, sin embargo, también podemos ir más atrás y eludir a la desaparición del jack de auriculares en los iPhones, el aumento de las pantallas en los smartphones, la desaparición del teclado físico, el rechazo generalizado inicial que despertaron los touchpad, lo difícil que fue convencer a la gente que Windows 10 es distinto pero mejor que el Vista, el fracaso del teclado Dvorak que aumentaba la velocidad de escritura sobre el teclado QWERTY pero casi nadie lo conoce… En diseño, basta el más mínimo cambio en el aspecto visual habitual de una web para desatar la crítica —como cambiar una mísera estrella por un corazón—. Fuera del …