A comienzos de siglo, el concepto de teléfono móvil era absolutamente diferente al que tenemos hoy. En aquel momento los teléfonos móviles se limitaban a realizar llamadas, enviar SMS y, los más avanzados, a tomar fotografías con cámaras de menos de un megapixel de resolución. Nadie pensaba en procesadores de ocho núcleos como el del Huawei P8 ni en pantallas de 5.5 pulgadas.
Con el paso de los años, ese concepto base ha ido evolucionando de forma progresiva. Los teléfonos móviles comenzaron a aproximarse más a los ordenadores de escritorio que utilizábamos (y utilizamos) a diario para trabajar y divertirnos. Es decir, pasaron de ser meros comunicadores a herramientas de trabajo y ocio completas.
Para alcanzar ese punto óptimo que vivimos a día de hoy, los fabricantes han tenido que sortear varios obstáculos a lo largo del camino, como el desarrollo de UI/UX totalmente nuevas. Pero, sin lugar a dudas, el obstáculo más difícil de sortear y, sobre todo, el más influyente de todos, ha sido el desarrollo del SoC.
La mejora exponencial que han sufrido los SoCs para teléfonos móviles ha sido la piedra angular que ha posibilitado el crecimiento de los smartphones durante los últimos años.
El SoC (System on chip en inglés) de un teléfono móvil —o de cualquier dispositivo electrónico— es una de las piezas fundamentales para su correcto funcionamiento. En él podemos encontrar módulos tan importantes como la CPU (Central Processing Unit en inglés), la GPU (Graphics Processing Unit, en inglés) o los modems que permiten al dispositivo …