Coges el teléfono móvil. Primero, eso sí, lo sacas del bolsillo. Lo miras y, voilà, la pantalla se desbloquea. Como por arte de magia. Es gracias a los sensores biométricos implantados en algunos dispositivos móviles como el próximo iPhone X, el modelo que más expectación ha despertado desde hacía meses. Desde hace algún tiempo, los usuarios utilizan diversas formas para «despertar» a estos aparatos, entre ellas, una que es muy popular, los códigos numéricos y, con mayor frecuencia, la huella dactilar.
Pero la tecnología biométrica no es realmente nueva. Ya en la Expo de Sevilla en 1992 existían fórmulas de acceso mediante identidades biométricas. Ahora ya es algo común en los productos de consumo como los «smartphones». Tardaron un tiempo en llegar a la mayoría de modelos, eso sí, pero hoy en día los lectores de huellas ya forman parte del ecosistema móvil actual.
Es una solución de probada efectividad y una rapidez asombrosa. El siguiente paso es capitalizar otra impresión difícilmente de replicar y que es también personal e intransferible en cada ser humano, su iris y su rostro. Lo intentó en cierta manera Samsung, con los fracasado Galaxy Note 7, pero se quemó. Literal. El intento de la firma surcoreana hizo aguas a consecuencia de fallos técnicos en sus baterías, obligando a retirar el producto del mercado por poner en riesgo la seguridad de millones de personas. Lectores oculares disponen los S8 y más recientemente Note 8, pero da la sensación que no se trata de …