Encontrar una fórmula o camino a largo plazo para una franquicia anual como Call of Duty es, sin duda, uno de los retos más grandes que puedes encontrar dentro del medio. En los últimos cinco años, Activision y sus estudios han hecho toda clase de malabares para que su serie estrella se mantenga vigente en el gusto de un público masivo que cada vez se acostumbra más a no pagar por los videojuegos que consume. Por supuesto que nombres como el Fortnite han venido a cambiar la perspectiva de muchos publishers dentro de la industria, sobre todo para aquellos que apuntan a vender varios decenas de millones de copias a precios fijos de $60 dólares. En 2018 pensamos que sería el final de las campañas para un jugador de esta serie y en lo comercial, podríamos decir que la movida le funcionó a Black Ops 4. Un año más tarde, Infinity Ward regresa al ruedo para poner sobre la mesa una apuesta que se siente segura y que sin duda funcionará en muchos aspectos pero que francamente, no fue suficiente para decir que regresamos a esas épocas doradas que en 2007, Call of Duty 4: Modern Warfare alcanzó.