Allá por julio de 1979 –hace ahora la friolera de 40 años– Sony lanzaba el Walkman TPS-L2 y con eso revolucionó el concepto de la «música personal». Al cabo de unos años entró el primero en casa, el modelo azul original, y aseguro que había tortas para ver quién podía usarlo: podías llevarlo de una habitación a otra, meterlo en la cama… como hoy en día con el móvil, vamos.
El chisme agotaba las pilas (2 de tipo AA) que daba gusto, dado que funcionaba con motor arrastrando las cintas de casete. Esto sonará raro a la muchachada, pero era así de mecánico. Debido a que las pilas no eran baratas (ni alcalinas apenas) no era raro tenerlo enchufado a la red con un adaptador. Y como el chisme costaba un pastón recuerdo que teníamos prohibido sacarlo de casa (lo cual era parte de la gracia del invento, claro).
Resultaba robusto y fiable: no se «comía» las cintas más de lo debido y aguantaba golpes sin problemas. Era como el Nokia 3310 de la música. Además permitía grabar, regular el volumen por canales y los auriculares (en mi caso la espumilla era naranja, no azul como en el vídeo) eran bastante ligeros.
La única alternativa de música móvil por aquel entonces eran los comediscos, un invento del diablo que servía para reproducir vinilos, o los radiocasetes –más conocidos como loros– de tamaño mediano o grande, que eran pesados y comían todavía más pilas. Este podías llevarlo colgando del cinturón o …