A veces, lo que para unos constituye una mera "broma inofensiva", puede terminar en una condena judicial (y una multa), como bien saben ahora dos antiguos compañeros de universidad de Logroño. Todo comenzó cuando el condenado, cuyo nombre no ha trascendido, decidió suplantar la identidad de un amigo en Tinder, la popular app de citas.
Para ello, accedió al perfil de Facebook de su excompañero, del cual extrajo tanto varias fotos como el nombre completo. Con esta información, creó un perfil falso en la app y, durante varios meses, mantuvo conversaciones con al menos cuarenta personas.
En cada interacción, claro, aquellas personas pensaban que estaban hablando con el verdadero dueño de las fotos, que permanecía completamente ajeno a lo que estaba ocurriendo.
La "simple broma" pronto se convirtió en una pesadilla para el afectado: no sólo alguien estaba usurpando su identidad en un entorno tan delicado como es una aplicación de citas, sino que este hecho también comenzó a tener consecuencias en su vida privada, incluyendo problemas en su relación de pareja.
El demandado argumentó que las fotos estaban disponibles públicamente y que todo era una "broma"
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