Nunca hubo un videojuego donde se pudieran hacer tantas cosas con total libertad y todas tuvieran sentido. «The Legend of Zelda: Breath of the Wild» (Nintendo Switch y Wii U) ha llevado a los juegos de mundo abierto a un terreno que otros solo habían visto de lejos: el del equilibrio perfecto entre la narración, el libre albedrío y el juego.
El mundo abierto se había convertido en los últimos años en casi una obligación para todo juego de gran presupuesto que quisiera ser respetado. El éxito de crítica y ventas del mejor exponente del género, la saga GTA, marca la tendencia. La saga Zelda, hasta ahora, se había mantenido relativamente al margen de un género donde otros títulos han pecado de inflarse sin coherencia. El mundo fantástico de Zelda no lo necesitaba: prestigiosa en su estilo, aplaudida edición tras edición por su pulida fórmula de aventura, exploración, acción y toques de rol en una narración dirigida.
Pero Zelda se había quedado estancada en su fórmula, deudora del estilo de «Ocarina of Time» (Nintendo 64, 1998), considerado por muchos el mejor juego de la historia. Con «The Legend of Zelda: Breath of the Wild» ha dado el paso que le faltaba —en realidad un salto al vacío por la revolución que supone en la saga— y ha dado una lección a todos con una propuesta que marca el camino al resto en los videojuegos de mundo abierto.
Todo encaja
Y no es que en «The Legend of Zelda: …