Durante una semana navegué por internet en China, un país repleto de censura y restricciones.
En España, internet es un mundo sin límites. Cualquier persona puede acceder a toda clase de contenidos, independientemente de su condición social, ubicación o dispositivo electrónico. Pero en países como China, esa pradera soleada que conocemos en Europa y Norteamérica es casi una utopía. Los ciudadanos chinos navegan en un precioso jardín repleto de vallas y restricciones impuestas por un Gobierno que, con el paso de los años, ha aumentado la censura en internet pese a su creciente apertura al resto del mundo.
Durante una semana, un débil europeo como yo se paseó por varias ciudades del país. “No será para tanto” pensaba durante las 14 horas de vuelo hasta China. Pero la primera fue directa a la frente: la conexión Wi-Fi del avión de Iberia en el que viajaba dejó de ofrecer servicio tras entrar en territorio chino. Ahí el cielo dejó de ser tan azul y el libro del Apocalipsis comenzaba a venir a mi cabeza.
Ni diez minutos en China y dos en la frente. Briconsejos: instala un VPN antes de subir al avión y, si es de pago, mejor.
Al aterrizar y conectarme a la red Wi-Fi del aeropuerto —algo que, si apreciáis vuestra seguridad, nunca debéis hacer, niños—, el infierno se hacía más grande. Recibía mensajes de WhatsApp y Telegram, pero nada de correo electrónico (Gmail) o redes sociales como Instagram, Facebook o Twitter. ¿La solución? Usar un VPN. Y aquí llega el primer …